Efecto protector de la COVID-19 por el ejercicio físico

El efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico se atribuye a su capacidad de potenciar la inmunidad, tanto la natural o innata como la adquirida o específica.
- Introducción
- Recomendaciones internacionales de ejercicio físico
- Efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico: estudio comunitario
- Asociación inversa entre la capacidad máxima de ejercicio y la hospitalización por COVID-19
- Sedentarismo e incremento mortalidad COVID-19 en cohorte retrospectiva española
- Efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico: estudio estadounidense (Kaiser Permanente, California)
- Prevención primaria de COVID-19 mediante la práctica de ejercicio físico regular
- Efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico: Evidencia de China continental (2022)
- ¿Por qué la actividad física regular puede exhibir un efecto preventivo y protector de COVID-19?
- ¿Qué debemos recomendar a un paciente que está sufriendo la COVID-19?
- Conclusiones
- Bibliografía
Introducción
El ejercicio físico exhibe un efecto protector de la COVID-19, reduciendo tanto el riesgo de contagio cuanto la gravedad y mortalidad por complicaciones provocadas por el SARS CoV-2, virus responsable de esta pandemia.
Así, rigurosos estudios científicos están revelando cómo el ejercicio físico regular puede mitigar la tormenta inflamatoria, responsable de las complicaciones que aparecen en la segunda semana. Sin soslayar su potencial efecto preventivo de contagio por el virus causante y, por ende, de la COVID-19.
A continuación, vamos a referir las pautas de actividad física recomendadas internacionalmente y, luego, veremos el efecto preventivo y protector de la COVID-19 por parte del ejercicio físico. En otro artículo de este blog tratamos el efecto protector de la dieta mediterránea.
Recomendaciones internacionales de actividad física
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que todos los adultos practiquen actividad física aeróbica de intensidad moderada, de 150 a 300 minutos semanales (por ejemplo, caminar a un ritmo vivo, o sea, a un 40% a 59% de la frecuencia cardiaca máxima) o ejercicio físico vigoroso (60% a 89% de la frecuencia cardiaca máxima, corriendo, nadando o ciclismo), de 75 a 150 minutos semanales, o alguna combinación de ambas. (1)
Tal objetivo puede conseguirse combinando ejercicio físico moderado y vigoroso que satisfaga una demanda igual o superior a 500 a 1000 equivalentes metabólicos de tarea (METs) minutos por semana.
Recordemos que 1 MET es el consumo mínimo de oxígeno que el organismo requiere para mantener las constantes vitales (reposo): 3,5 ml de O2 Kg/min). Lo que corresponde a 5400 a 7900 pasos al día o aproximadamente 4 a 6 kilómetros diarios.
Aunque, en realidad, se considera a un sujeto “físicamente activo”, según estas guías, si efectúa más de 7500 pasos diarios (5,7 km).
Entre los niños y adolescentes, un promedio de 60 min / día de actividad física aeróbica de intensidad moderada a vigorosa semanales es lo aconsejable.
También recomiendan una actividad de fortalecimiento muscular regular (ejercicios de fuerza) para todos los grupos de edad, al menos, dos sesiones semanales. Así como una serie de ejercicios de flexibilidad y actividades neuromotoras para mejorar el equilibrio, la agilidad, la coordinación y la marcha durante 20 a 30 minutos diarios.
Además, se recomienda reducir los comportamientos sedentarios en todo el espectro etario.
Las pautas se dirigen a niños mayores de 5 años, adultos, ancianos y a mujeres embarazadas y posparto, así como para personas que viven con enfermedades crónicas o discapacidad.
Efecto protector de la COVID-19 por el ejercicio físico: estudios científicos demostrativos
Estudio comunitario
Vamos a analizar los principales estudios epidemiológicos que han revelado una asociación entre el ejercicio físico regular y una reducción del riesgo de hospitalización y de muerte por COVID-19.
El primer estudio de base comunitaria que reveló qué estilos de vida incrementaban la gravedad de la COVID-19 se publicó en julio del 2020. (2)
Para ello, los investigadores (Universidades de Londres, Southampton y Edinburgh) evaluaron a 387.109 hombres y mujeres (56,4 ± 8,8 años; 55,1% mujeres) residentes en Inglaterra (estudio UK Biobank). Exactamente, estudiaron a 760 casos, desde el 16 de marzo del 2020 hasta el 26 de abril del 2020.
Así, comprobaron que el tabaquismo, la obesidad y la inactividad física incrementaban el riesgo de hospitalización por COVID-19: 42%, 200% y 32%, respectivamente.
También constataron un aumento dosis-respuesta del riesgo de COVID-19. Esto es, los participantes en la categoría más adversa tenían un riesgo 4 veces mayor en comparación con las personas con el estilo de vida más óptimo.
Concomitantemente, la concentración de proteína C reactiva (biomarcador inflamatorio) se asoció con un riesgo elevado de COVID-19, también dosis-respuesta. Hecho que, en parte (10-16%), explicó las asociaciones entre estilo de vida adverso y la COVID-19.
Además, según estimaciones de prevalencia de factores de riesgo (Reino Unido), la combinación de comportamientos poco saludables representó hasta el 51% de la fracción poblacional atribuible de COVID-19 grave.
“Nuestros hallazgos sugieren que un estilo de vida poco saludable, sinónimo de un riesgo elevado de enfermedades no transmisibles, también es un factor de riesgo para el ingreso hospitalario por COVID-19, lo que podría explicarse en parte por una inflamación de bajo grado. La adopción de cambios sencillos en el estilo de vida podría reducir el riesgo de infecciones graves”, concluyeron los autores.
Asociación inversa entre la capacidad máxima de ejercicio y la hospitalización por COVID-19
En enero del 2021 se publicó un estudio epidemiológico que reveló cómo la aptitud cardiorrespiratoria (fitness) es una variable que se asocia inversamente con la gravedad de la COVID-19. Es decir, cuanto mayor sea la capacidad máxima de ejercicio, menor será la probabilidad de ser hospitalizado por complicaciones de la COVID-19. (3)
Método
Se mide con pruebas de esfuerzo cardiológicas (esfuerzo progresivo en tapiz rodante o cicloergómetro, con electrocardiograma y ecocardiograma) y respiratorias (espirometría de circuito abierto valorando el consumo de oxígeno).
Se trata de un estudio retrospectivo, pues la capacidad máxima de ejercicio fue evaluada antes de la pandemia por otros motivos (dolor torácico, disnea, insuficiencia cardiaca…).
Posteriormente, con el advenimiento de la pandemia de la COVID-19, se planteó el estudio con el objetivo de comprobar la relación entre la citada capacidad máxima de ejercicio (METs máximo) y el riesgo de hospitalización por sufrir la COVID-19 grave.
Así, identificaron 246 pacientes diagnosticados fiablemente de COVID-19 (PCR positiva en secreciones nasofaríngeas), entre el 29 de febrero de 2020 y el 30 de mayo de 2020. A todos ellos se les había medido previamente la capacidad máxima de ejercicio (unos dos años antes).
Aclaremos que el volumen máximo de oxígeno (VO2máx) es la cantidad de oxígeno que podemos consumir en un minuto. Refleja nuestra aptitud cardiorrespiratoria, nuestro estado de forma física y máxima capacidad de ejercicio, verdadero aval de buena salud.
Aunque diferente en cada persona, podemos incrementarlo mediante el entrenamiento físico, de intensidad y duración crecientes.
Huelga decir que los investigadores utilizaron un riguroso aparato estadístico (regresión logística, con control de 13 covariables que incrementan el riesgo de sufrir COVID-19 grave).
Resultados
De este modo, comprobaron que los 89 pacientes hospitalizados (36% del total) tuvieron METs máximos significativamente menores (6.7± 2.8) que los que no fueron hospitalizados (8.0 ± 2,4).
Además, el METs máximo (variable continua) se asoció inversamente con la probabilidad de hospitalización. De forma que cada aumento en una unidad (Peak METs) se asoció independientemente con una reducción de un 13% del riesgo de hospitalización (OR: 0.87; IC 95%: 0.76-0.99).
Estos hallazgos dan otro espaldarazo a la relación positiva entre la aptitud cardiorrespiratoria y la salud. Así constatamos que un buen estado de forma física no sólo reduce el riesgo de sufrir enfermedades crónicas no comunicables sino también el de enfermedades infecciosas, como la COVID-19.
Por fortuna, la capacidad máxima de ejercicio, es un factor de riesgo absolutamente modificable, pues podemos mejorarla notablemente mediante la práctica de actividad física regular.
Efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico: Sedentarismo e incremento mortalidad COVID-19 en cohorte retrospectiva española
En marzo del 2021 se publicó (Infec. Dis. Ther.) un excelente trabajo de autoría española (Hospital Clínico de San Carlos, CIBERCV, Facultad de Medicina Complutense y Fundación para la Investigación Intrahospitalaria Cardiovascular, Madrid) que también reveló cómo un estilo de vida sedentario incrementa la mortalidad de los pacientes hospitalizados por la COVID-19. (4)
Los autores de la investigación, Ricardo Salgado Aranda y colegas, efectuaron un estudio de cohorte retrospectiva que incluyó pacientes adultos (18 a 70 años). Todos ellos ingresados en el Hospital Clínico de San Carlos por COVID-19 grave (entre el 15 de febrero y el 15 de abril del 2020).
Tras el alta fueron contactados por teléfono (552 participantes), a fin de conocer el nivel de actividad física habitual y previa a sufrir este proceso (cuestionario protocolizado). De esta manera se los distribuyó en dos grupos: sedentarios (grupo 1) y pacientes físicamente activos (grupo 2).
Pues bien, la mortalidad global de los pacientes sedentarios, fue significativamente mayor que la del grupo de pacientes físicamente activos (13.8% vs 1.8%; p < 0.001). Esto es, los pacientes con un estilo de vida sedentario tenían incrementada la mortalidad independientemente de otros factores de riesgo previamente descritos (HR: 5.91 (1.80-19.41); p = 0.003).

A la luz de los conocimientos científicos actuales, el sedentarismo aumenta el riesgo de COVID-19 grave en tanto que una buena adherencia a las pautas de ejercicio recomendadas internacionalmente reduce el riesgo de hospitalización y muerte por COVID-19 grave.
Efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico: estudio estadounidense (Kaiser Permanente, California)
En marzo del 2021 se publicó(British Journal of Sports Medicine) un estudio que reprodujo resultados previos: el sedentarismo aumenta el riesgo de COVID-19 grave. Al contrario que acontece con una buena adherencia a las pautas de ejercicio físico recomendadas internacionalmente. (5)
Método
Los autores (Centro Médico Kaiser Permanente, California) se plantearon como objetivo comparar las tasas de hospitalización, las admisiones en la UCI y la mortalidad de pacientes con COVID-19.
Los participantes pertenecían a uno de estos tres grupos: los que permanecían habitualmente inactivos, los que realizaban alguna actividad y los que cumplían constantemente las pautas de actividad física.
Para ello, contaron con 48.440 pacientes adultos, diagnosticados de COVID-19, desde el 1 de enero del 2020 hasta el 21 de octubre del 2020. Con la particularidad de poseer, al menos, tres mediciones previas de su nivel habitual de actividad física (del 19 de marzo de 2018 al 18 de marzo de 2020).
Así, se les clasificó en tres categorías, según la información aportada por los propios pacientes (autoinformada). Una, constantemente inactivo, o sea, de 0 a 10 minutos semanales de actividad física; algo de actividad, de 11 a 149 minutos semanales. La tercera, cumplimiento constante de las directrices internacionales: 150 minutos o más de actividad semanal.
Posteriormente, efectuaron un análisis de regresión logística multivariable, controlando factores de riesgo y demográficos,
Resultados
De esta forma, observaron que los pacientes con COVID-19 que estuvieron inactivos tuvieron un mayor riesgo de hospitalización, ingreso en la UCI y muerte que los que cumplían constantemente las pautas de actividad física.
Es preciso destacar que los pacientes sedentarios también tuvieron un mayor riesgo de hospitalización, ingreso en la UCI y muerte por COVID-19 que los que realizaban alguna actividad física.
Esta última observación refrenda un consolidado adagio: “Es mejor mucho que poco, y poco es mejor que nada”.
En esta investigación, a diferencia de otras, también comprobaron que la inactividad física fue un mayor factor de riesgo de COVID-19 grave que otros factores de riesgo modificables. Entre los que se incluyen el tabaquismo, la obesidad, la diabetes, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
“Recomendamos que las autoridades de salud pública informen a todas las poblaciones que, a menos que se vacunen y sigan las pautas de seguridad de salud pública, como el distanciamiento social y el uso de mascarillas, la actividad física regular puede ser la acción más importante que las personas pueden tomar para prevenir el COVID-19 grave y sus complicaciones, incluida la muerte. Este mensaje es especialmente importante dadas las mayores barreras para regularizar nuestro nivel de actividad física durante los cierres y otras restricciones pandémicas. Los resultados del presente estudio sugieren una guía clara y viable para reducir el riesgo de resultados graves de COVID-19”, concluyeron los autores del estudio.
Es obvio que tales recomendaciones valen tanto para los ciudadanos de su país (EEUU) como para los de cualquier otro país del mundo, afligido por esta terrible pandemia. Aunque actualmente no se proceda a cuarentenas de los contactos ni a aislamientos de los afectados.
Prevención primaria de COVID-19 mediante la práctica de ejercicio físico regular
En julio del 2021 se publicó el primer estudio que reveló que el ejercicio físico, aeróbico y de fuerza, también previene la COVID-19. Esto es, reduce el riesgo de contagiarse por el SARS CoV-2 y, por ello, de sufrir la enfermedad en cuestión. (6)
Además, constató hechos conocidos: asociación entre la actividad física y una reducción del riesgo de COVID grave, así como de muerte por este proceso.
Método
Se trata de un estudio comunitario, de una cohorte nacional (Corea del sur), a gran escala, con cerca de un cuarto de millón de participantes.
Los autores dispusieron de los datos de 212 768 adultos coreanos (edad ≥ 20 años), que se sometieron a la prueba del SARS-CoV-2 (PCR en secreciones nasofaríngeas). El periodo abarcado fue desde el 1 de enero de 2020 hasta el 30 de mayo de 2020. Todo ello, merced a la colaboración del Servicio Nacional del Seguro de Salud de Corea del Sur.
El nivel de actividad física de los implicados se obtuvo de datos procedentes de los exámenes de salud nacionales, de uno a dos años antes de la pandemia. Concretamente desde el 1 de enero de 2018 hasta el 31 de diciembre de 2019.
En realidad, los que completaron el examen general de salud y, más tarde, se les hizo la prueba diagnóstica de infección por el SARS CoV-2, fueron 76 395 participantes. De los cuales 2295 (3,0%) dieron positivo para SARS-CoV-2 y 446 (0,58%) tenían una enfermedad grave por COVID-19, en tanto que los que murieron de COVID-19 fueron 45 (0.059%).
Resultados
Pues bien, los que realizaban actividades aeróbicas y de fortalecimiento muscular, de acuerdo con las pautas de actividad física internacionales, obtuvieron fructíferos resultados. Véase menor riesgo de infección por SARS-CoV-2 (2,6% frente a 3,1%; riesgo relativo ajustado (aRR), 0,85; IC del 95%: 0,72 a 0,96 ); un riesgo inferior de enfermedad grave por COVID-19 (0,35% frente a 0,66%; aRR 0,42; IC del 95%: 0,19 a 0,91); notable reducción de las muertes por COVID-19 (0,02% frente a 0,08%; aRR 0,24; IC del 95%: 0,05 a 0,99), con respecto a los que no cumplían con tal nivel de actividad física.
Además, el rango objetivo recomendado de ejercicio físico, en equivalentes metabólicos (500-1000 MET min / semana), se asoció con la mayor reducción del riesgo de infección por SARS-CoV-2: 22%. Así como de enfermedad grave (38%) y muerte (83%) por COVID-19 (aRR 0,17; IC 95%: 0,07 a 0,98).
Por otra parte, la duración de la estancia en el hospital se redujo aproximadamente 2 días en los pacientes que realizaron ejercicios aeróbicos y de fortalecimiento muscular.
Según estos resultados, el cumplimiento de las pautas de ejercicio físico recomendado reduce significativamente el riesgo de sufrir la COVID-19 (prevención primaria), de un 15% a un 22%.
En caso de sufrirla, la probabilidad de tener complicaciones graves por COVID-19 se reducía un 34%. En tanto que la probabilidad de morir por esta enfermedad disminuía un 77% entre los que efectuaban actividad física, según las recomendaciones internacionales.
Es preciso decir que los tamaños del efecto de estas asociaciones (actividad física, según guías, con menor riesgo de COVID-19 y menos complicaciones/muerte) fueron realmente significativos entre los ancianos, los varones, los que nunca habían fumado y los que tenían un índice de comorbilidad bajo (de Charlson).
Conclusiones
“Los hallazgos de este estudio sugieren que las políticas y estrategias de salud pública implementadas para aumentar la actividad física a nivel poblacional pueden reducir el riesgo de infección por SARS-CoV-2 y minimizar las consecuencias adversas en pacientes con COVID-19. Alentar a las personas a mantener los niveles recomendados de actividad física durante la pandemia de COVID-19 debe considerarse una prioridad de salud pública, que debe establecerse rápida y vigorosamente”, concluyeron los autores.
Efecto protector COVID-19 por el ejercicio físico: Evidencia de China continental
En octubre del 2022 se publicó un estudio chino que volvió a constatar que la práctica de ejercicio físico antes de la pandemia mejora el pronóstico de la COVID-19. Véase, reduce la morbilidad, la mortalidad y, por primera vez, la tasa de curación de los afectados. (7)
La investigación incluyó todas las provincias de China continental y la mayoría de las prefecturas. La información sobre el grado de ejercicio físico realizado se recopiló entre enero y marzo de 2020.
Además, comprobaron que la mayor efectividad del ejercicio físico se apreció en áreas de alto riesgo de contagio.
Obviamente, análisis fue muy riguroso: regresión lineal múltiple y se utilizó la técnica de mínimos cuadrados ordinarios para estimar el coeficiente.
“Descubrimos que hay una morbilidad y mortalidad de COVID-19 relativamente más bajas y una tasa de curación más alta en áreas con una mayor proporción de personas que realizan ejercicio físico regular antes de la pandemia, lo que implica que ejercicio físico tiene un efecto positivo significativo en los resultados de COVID-19”, concluyeron los autores.
¿Por qué la actividad física regular puede exhibir un efecto preventivo y protector de COVID-19?
Pues probablemente por el aumento de la respuesta inmune exhibida por el ejercicio físico regular, tanto de la inmunidad innata o natural como de la adquirida. Además de ralentizar o frenar la inmunosenescencia, que a continuación explicaremos, y de optimizar la inmunovigilancia, sin soslayar sus efectos antiinflamatorios, antioxidantes y reparadores de anomalías del ADN.
¿Qué es la inmunosenescencia?
Es el deterioro del sistema inmune que acontece con el envejecimiento humano, con reducción de la efectividad de la respuesta inmune, tanto de la innata o natural cuanto de la adquirida o adaptativa, frente a cualquier agresión, microbiológica, tumoral o de cualquier tipo, que nos afecte.
Inmunidad innata
La inmunidad innata es la primera respuesta ante una sustancia extraña (antígeno), dependiente de la eficacia de los leucocitos (monocitos, macrófagos, neutrófilos, linfocitos NK o asesinos naturales, entre otros). Merced a su capacidad de engullir (fagocitar) y destruir a las citadas sustancias agresoras, tras migrar y acceder previamente al foco inflamatorio (quimiotaxis). Para lo cual liberan sustancias químicas que interactúan entre ellos (citoquinas) para aumentar su número y capacidad destructiva.
Lamentablemente, durante el envejecimiento se ha observado una reducción de la quimiotaxis y fagocitosis de los neutrófilos (8) y monocitos. (9). Así como de la citotoxicidad de los linfocitos NK . (10)
Inmunidad específica o adquirida
Por otra parte, también, con la edad avanzada, se experimenta un declive de la inmunidad adaptativa, adquirida tras reconocer y memorizar a los antígenos. Así, luego, podrían destruirse específicamente (bacterias, virus, células tumorales), por acción de los linfocitos T (inmunidad celular) y de los linfocitos B (inmunidad humoral). Estos últimos se transforman en células plasmáticas para sintetizar los anticuerpos.
Concretamente, a medida que envejecemos, se reduce la cantidad y la calidad de la producción de anticuerpos por los linfocitos B (11). Al tiempo que aumenta el número de linfocitos T senescentes, exhaustos y viejos. (12). En consecuencia, se debilita el sistema inmune, pues los linfocitos T son los responsables de la inmunidad celular y promueven la humoral, al estimular a los linfocitos B.
Además, suelen verse atrofias del timo, (13) órgano donde adquieren la inmunocompetencia los linfocitos T. Así como un aumento de la secreción de citoquinas y quimioquinas proinflamatorias por parte de los linfocitos senescentes. (14)
Por ello, la inmunosenescencia genera un estado inflamatorio sistémico (“inflammaging”) que deteriora la salud del anciano, incrementando el riesgo de desarrollar la mayoría de las enfermedades crónicas no comunicables. (15)
¿El ejercicio físico es capaz de frenar y mitigar la inmunosenescencia?
Pues parece que sí, según lo referido en, al menos, un par de estudios científicos. Veámoslos.
En un estudio se observó una asociación (correlación) positiva entre el grado de forma física o aptitud cardiorrespiratoria aeróbica (VO2Max) y un aumento del número de linfocitos T jóvenes. Todo ello, concomitante con un descenso de los linfocitos senescentes, en los 102 varones evaluados (18 a 61 años). (16)
En otro estudio se apreció cómo los adultos (125 participantes, de 55 a 79 años) que practicaban ciclismo regularmente poseían un aumento de linfocitos jóvenes y una mayor actividad del timo (mayores niveles de IL-7, protector del timo y menores de IL-6, causante de atrofia tímica), cuando se los comparaba con los que no se ejercitaban físicamente (inactivos). (17)
Optimiza la inmunovigilancia
La inmunovigilancia es la capacidad del sistema inmune para detectar y eliminar células tumorales en cualquier fase de su desarrollo (carcinogénesis). Así como la habilidad para detectar cualquier agente extraño que agreda a nuestro organismo, como virus, bacterias u otros microbios.
Pues bien, la actividad física regular aumenta la vigilancia inmune, merced a su capacidad de incrementar los anticuerpos (inmunoglobulinas), citoquinas antiinflamatorias (IL-1, IL-10), linfocitos T citotóxicos, linfocitos inmaduros, así como efectivos representantes de la inmunidad natural (también activos en la adquirida), como los neutrófilos y subseries de linfocitos NK (natural Killer). (18)
Efectos antioxidantes y antiinflamatorios
Los efectos antiinflamatorios del ejercicio físico han sido ampliamente descritos en la prevención de las enfermedades crónicas no comunicables, principales causas de enfermar y morir, mitigando la inflamación crónica. Esto es, neutraliza el mecanismo patogénico capital de las mismas.
Efectivamente, el ejercicio físico incrementa la producción de mioquinas antiinflamatorias sistémicas y regula favorablemente factores de transcripción, que activan genes implicados en la síntesis de enzimas antioxidantes, como el factor nuclear eritroide 2. Además, exhibe un efecto antiobesigénico, con significativo incremento de la pérdida de peso corporal, evitando la eclosión y mantenimiento de marcadores proinflamatorios. (19)
Así, el ejercicio se asocia con un aumento de la concentración sanguínea de enzimas antioxidantes, como la catalasa (un 28%), superóxido dismutasa (74,5%) y glutatión peroxidasa (41%, incremento). (20)
En consecuencia, el ejercicio moderado promueve la salud por regular adecuadamente la homeostasis de los sistemas inflamatorios y redox (reacciones de oxidación-reducción), entre otros mecanismos. (21)
¿Qué debemos recomendar a un paciente que está sufriendo la COVID-19?
Según mi experiencia personal (neumólogo) resulta muy fructífero y saludable aconsejar la práctica de ejercicio físico, tanto de fuerza, con pesas o soportando su propio peso (calistenia), como aeróbico. Consejo válido no sólo para la COVID-19 sino para cualquier otra enfermedad. Se trata de prevenirlas o, en su defecto, facilitar la curación y mejorar el pronóstico.
El aislamiento al que se sometió a los pacientes durante las primeras olas de esta pandemia fomentó el sedentarismo y un mayor riesgo de complicaciones. Por ello, resultaba crucial aconsejar la práctica de ejercicio aeróbico, bien en bicicleta estática o caminando por el espacio reducido en el que se hallaban (múltiples repeticiones) hasta hacer varios kilómetros (como lo aconsejado en las guías). Para lo cual podían valerse de aplicaciones del móvil, de enseñanzas de profesionales en vídeos publicados por internet o de estrategias similares.
Si, además, aconsejamos que sigan una dieta saludable, a base de productos frescos y de temporada, con fruta, verdura, pescado, frutos secos, aceite de oliva virgen extra, probióticos, como lácteos fermentados (yogures, kéfir), entre otros productos, huyendo siempre de los ultraprocesados, también contribuiremos a elevar su nivel de salud y posiblemente a reducir el riesgo de complicaciones durante la segunda semana (tormenta inflamatoria).
Acorde con ello, varios estudios han revelado una asociación entre un modelo dietético saludable, como la dieta mediterránea, y una reducción del riesgo de sufrir la COVID-19. Así como de padecer complicaciones y muerte por este proceso. (22–24)
También es muy gratificante comunicarnos regularmente por teléfono, a fin de solucionar dudas, controlar la evolución e insistir en los consejos de dieta y ejercicio físico. Y, sobre todo, para transmitir cariño, confianza y cierta credibilidad. De esta suerte, también contribuiremos a reducir el nivel de ansiedad, el riesgo de depresión mental y del nefando estrés, que si imperaran podrían socavar el estado anímico y debilitar la respuesta inmune.
Conclusiones
En la actual situación de pandemia por la COVID-19, la práctica regular de actividad física debe ser una prioridad de salud pública, pues parece ser capaz de reducir el riesgo de contagiarse por el SARS CoV-2 y, por tanto, de sufrir esta temible enfermedad, así como, en caso de padecerla, de disminuir el riesgo de complicaciones severas y muerte. Si a estos relevantes beneficios añadimos la reconocida capacidad de la actividad física de aumentar la esperanza de vida en buena salud, reduciendo la mortalidad prematura por enfermedades crónicas, (25) principales causas de enfermar y morir en el mundo, no debería perderse más tiempo para implementar medidas que aseguren el suficiente nivel de actividad física, cuando menos, el aconsejado por las guías internacionales, para las todas las personas, desde la infancia hasta la senectud.
Dr. Félix Martín Santos
Bibliografía:
1. Br J Sports Med. 2020 Dec;54(24):1451-1462. doi: 10.1136/bjsports-2020-102955. World Health Organization 2020 guidelines on physical activity and sedentary behaviour. Fiona C Bull…Juana F Willumsen.
2. Lifestyle risk factors, inflammatory mechanisms, and COVID-19 hospitalization: A community-based cohort study of 387,109 adults in UK. Mark Hamera Mika Kivimäki. Catharine R. Gale, G. David Batty. Brain, Behavior, and Immunity. Volume 87, July 2020, Pages 184-187.
3. Inverse Relationship of Maximal Exercise Capacity to Hospitalization Secondary to Coronavirus Disease 2019 Clinton A. Brawner, PhD; Jonathan K. Ehrman, PhD; Shane Bole, BS; Dennis J. Kerrigan, PhD; Sachin S. Parikh, MD; Barry K. Lewis, DO; Ryan M. Gindi, MD; Courtland Keteyian, MD; Khaled Abdul-Nour, MD; and Steven J. Keteyian, PhD. Mayo Clinic Proceedings, volumen 96, issue 1, p 32-39, january 1, 2021.
4. Infect Dis Ther. 2021 Jun;10(2):801-814.doi: 10.1007/s40121-021-00418-6. Epub 2021 Mar 14.Influence of Baseline Physical Activity as a Modifying Factor on COVID-19 Mortality: A Single-Center, Retrospective Study. Ricardo Salgado Aranda, Nicasio Pérez-Castellano, Iván Núñez Gil, A Josué Orozco, Norberto Torres Esquivel, Jesús Flores Soler…Julián Pérez Villacastín.
5. Physical inactivity is associated with a higher risk for severe COVID-19 outcomes: a study in 48 440 adult patients. http://orcid.org/0000-0001-7633-7345Robert Sallis, Deborah Rohm Young, Sara Y Tartof, James F Sallis, Jeevan Sall1, Qiaowu Li, Gary N Smith, Deborah A Cohen. British Journal of Sports Medicine. Volumen 55, issue 19.
6. Physical activity and the risk of SARS-CoV-2 infection, severe COVID-19 illness and COVID-19 related mortality in South Korea: a nationwide cohort study. Seung Won Lee, Jinhee Lee, Sung Yong Moon, Hyun Young Jin, Jee Myung Yang, Shuji Ogino, Mingyang Song, Sung Hwi Hong,6 Ramy Abou Ghayda, Andreas Kronbichler, Ai Koyanagi, Louis Jacob, Elena Dragioti, Lee Smith, Edward Giovannucci, I-Min Lee , Dong Hoon Lee, Keum Hwa Lee, Youn Ho Shin, So Young Kim, Min Seo Kim , Hong-Hee Won, Ulf Ekelund, Jae Il Shin, Dong Keon Yon. British Journal of Sports Medicine.
7. Lin, R., Hu, X., Guo, L., et al. (2022). The health benefit of physical exercise on COVID-19 pandemic: Evidence from mainland China. PLOS ONE. doi:10.1371/journal.pone.0275425 https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0275425
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