Ascensión al Gayubar: valle medio del Arlanza

Ascensión al Gayubar: panorámica desde el tramo final del ascenso. En pleno cañón del Arlanza y en el Parque natural sabinares Arlanza-La Yecla.
- Introducción
- Aproximación a la ruta senderista
- Ascensión al Gayubar: inicio de la ruta
- Ecotono: gran riqueza biológica
- Ascensión al Gayubar: atalaya sobre el Arlanza
- Descenso a la orilla izquierda del Arlanza
- Ascensión al Gayubar: contemplación del cañón del Arlanza desde una segunda atalaya sobre el río
- Pasando por una roca buitrera: Alfonso y Manolo
- Caminando entre sabinas en pos del arroyo de la Estacada
- Ejercicio vigoroso en el medio kilómetro de ascensión al Gayubar por su ladera septentrional
- A la sombra de una sabina milenaria en la cumbre del Gayubar
- Ascensión al Gayubar: incremento de nuestra salud en su triple dimensión: física, mental y social
- Ascensión al Gayubar: panorámica desde la cumbre (vertiente norte)
- Majestuoso vuelo a vela del buitre leonado
- Panorámica desde la vertiente sur del Gayubar
- Patrimonio Tierra de Lara: artículos relacionados
- Conclusiones
Introducción
La ascensión al Gayubar es una singular ruta por el curso medio del Arlanza, que discurre por el cañón y un conjunto de meandros forjados por este río. Se trata de una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), que alberga una de las más notables colonias de buitres leonados de la península ibérica (218 parejas), entre otras especies.
Además, atesora los sabinares más extensos y mejor conservados del planeta, algunos de más de 2000 años de antigüedad. Lo que ha merecido su inclusión en el Parque Natural de los Sabinares del Arlanza-La Yecla (2020). Estas reliquias del terciario se desarrollan en un área geológica emblemática. La que corresponde a la orla mesozoica previa a la sierra de la Demanda, con su conjunto de sinclinales colgados y sus huellas paleontológicas.
Por si esto fuera poco, lamiendo sus meandros se hallan las ruinas del otrora poderoso monasterio de San Pedro de Arlanza y, más arriba, las de la primitiva ermita de San Pelayo. Descrita y valorada en otro artículo de este blog.
Aproximación a la ruta senderista
Si iniciamos la ruta desde la capital cidiana, saldremos por la autovía del Norte ( A-1) , para acceder en Sarracín, tras diez kilómetros de recorrido, a la Nacional 234 (Burgos-Sagunto). Por la que recorreremos los 33 km que distan hasta Hortigüela, donde enseguida nos encontraremos con la carretera local BU-905, que nos permitirá entrar en el valle medio del río Arlanza.
Nada más acceder veremos a nuestra izquierda la mole del Guijarrón, más próximo a Cascajares que a Hortigüela, formando parte del sinclinal colgado de la Sierra del Gayubar, según figura en los precisos mapas topográficos del Instituto Geográfico Nacional.
Variada avifauna
Prosiguiendo en dirección a Covarrubias, observaremos, a nuestra izquierda, la crestería rocosa de Peñaísa, que nos acompañará durante un largo tramo (3 km) de esta carretera. Resulta reconfortante contemplar el cortado rocoso, ocre rojizo, de esta emblemática sierra. Tanto como el vuelo majestuoso de numerosos ejemplares de buitres leonados (Gyps fulvus) y de, al menos, una pareja de alimoches (Neophron percnopterus). Así como el vuelo nervioso de múltiples chovas piquirrojas (Pyrrhocorax pyrrhocorax) y, en ocasiones, el vuelo en picado del halcón peregrino (Falco peregrinus). Todos ellos, nidificando en pequeñas oquedades del mismo.

Buitres planeando sobre el cortado rocoso de Peñaísa
Tras recorrer 5 kilómetros aparecen las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza y, más arriba, en un promontorio rocoso, las de la ermita de San Pelayo o de San Pedro el Viejo.
Desde estos hitos monásticos hasta el punto de inicio de la ruta senderista hay poco más de un kilómetro, que podemos recorrer de dos posibles formas. Una, caminando por el asfalto, tras estacionar el coche en un descampado, a la derecha de la carretera. La otra, con el propio vehículo, que estacionaríamos a unos 50 metros de la entrada senderista, a la derecha de la carretera, en una pequeña área, donde se ensancha el arcén. Mi altímetro me marca en este punto una altitud de 922 metros y las siguientes coordenadas:
Latitud norte(N): 42 o 2´ 32´´
Longitud oeste (O): 3o 28´ 23´´
Ascensión al Gayubar: inicio de la ruta
Luego, nada más pasar un puente sobre el río Arlanza, el Puente de la Viña, veremos un sendero, a la izquierda, junto a una gran sabina, de corto tronco, del que surgen tres enhiestas ramas. Por ahí entraremos, para caminar paralelo a la orilla izquierda del río del romancero castellano, que a ese nivel constituye un prolongado meandro.
A los pocos metros de entrar, veremos a la izquierda un cartel de la Junta de Castilla y León, advirtiéndonos que respetemos las aves y prohibiéndonos estacionar vehículos y acampar. Proseguimos por un estrecho sendero, rodeados de sabinas y encinas, y con un estrato arbustivo constituido por aulaga (Genista scorpius), espliego (Lavandulla latifolia) y salvia (Salvia lavandulifolia), junto a algunos ejemplares de eléboro (Helleborus foetidus). En pocos metros veremos, a la derecha, los cortados rocosos donde se enseñorean los buitres leonados. A continuación, pasaremos entre una roca de conglomerado y una encina, a nuestra izquierda, y otra roca del mismo material, pero de mayores dimensiones, a nuestra derecha.
Hierba de los pordioseros
A partir de estos indicadores pétreos, descenderemos por el sendero, apreciando, enseguida. a la izquierda, una planta arbustiva de carácter trepador de adusto nombre: hierba de los pordioseros (Clematis vitalba). La cual se distingue por sus flores blancas que, a finales del verano y principios del otoño, darán unos frutos con un largo apéndice plumoso para favorecer su dispersión por el viento. Parece que en la Edad Media los mendigos se frotaban con sus irritantes hojas, con el propósito de producirse llagas en la piel e inspirar compasión.
Este corto trayecto descendente nos aproxima al Arlanza. Junto al cual, tras progresar unas decenas de metros, nos topamos con una roca de medianas dimensiones, pegada a la izquierda del camino. Avanzamos unos metros más y observaremos con sorpresa y cierto temor una roca de colosales proporciones, ocupando la parte central del lecho del río. Ambas se desprendieron, hace unos años, de los cortados rocosos
Ecotono: gran riqueza biológica
En torno a los doscientos metros de ruta empezaremos a ver un notable ecotono, esto es, una zona de transición entre dos ecosistemas diferentes, cuyas especies se solapan y rivalizan por el espacio y el terreno. Como aquí sucede con el bosque de ribera o soto, a un lado; y los sabinares y encinares que se extienden hasta la ladera de la montaña, al otro.
Así, en ciertos tramos las ramas de las sabinas (Juniperus thurifera), árboles que aguantan como pocos los suelos pobres y extremadamente xerófilos, llegan a rozar con las péndulas ramas de los alisos (Alnus glutinosa), los cuales requieren tener sus raíces sumergidas en el agua. Medio líquido en donde ciertas bacterias (Actinomyces alny) aportan nitrógeno a las mismas. Además, a nuestra derecha, veremos un sector con numerosos fresnos de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia), otro árbol propio del bosque de ribera, compitiendo con las sabinas.
De todas formas, lo que más me complace es observar la gran diversidad de plantas que adornan este privilegiado espacio, muchas de las cuales son medicinales: cola de caballo (Equisetum arvense), la rara agrimonia (Agrimonia eupatoria), mentastro (Mentha suaveolens), aliaria o hierba de ajo (Alliaria petiolata), hipérico (Hypericum perforatum), branca ursina falsa (Heracleum sphondylium), aro (Arum italicum)…
También me resulta placentera la contemplación de bastantes ejemplares de lúpulo silvestre (Humulus lupus), trepando por las ramas de alisos y sabinas, compitiendo, a veces, con la hiedra (Hedera hélix). No puedo finalizar esta descripción botánica sin dejar de mencionar una exquisitez de este ecotono: el espárrago silvestre (Asparagus acutifolius).
En este momento brota en mi mente el recuerdo de mi queridísimo amigo José Ángel, un gran conocedor y estudioso del mundo botánico, del cual he aprendido la poca botánica que conozco. Pues bien, a este noble caballero hay algo que realmente le importuna: la insensatez de todas aquellas personas que alteran sin pudor delicados ecosistemas vegetales y micológicos por el simple placer de coger un puñado de setas o un manojo de espárragos.
Otra maravilla de este ecotono es la diversidad de aves, que nos deleitan con sus trinos y melodías, sobre todo en la época de celo, en primavera, como el jilguero (Carduelis carduelis), el ruiseñor (Luscinia meegarhynchos), la curruca capirotada(Sylvia atricapilla), la huidiza curruca mosquitera (Sylvia borin), el petirrojo (Erithacus rubecula), mosquitero papialbo (Phylloscopus Bonelli), carboneros (Parus major), herrerillos(Cyanestes caeruleus),mirlos (Turdus merula), ruiseñor bastardo (Cettia cetti),etcétera.
El carácter insectívoro de muchas de estas pequeñas aves, las convierten en un gran aliado de las plantas y árboles próximos, pues llegan a ingerir enormes cantidades de parásitos.
No hay duda de que se trata de una zona de gran riqueza biológica, que nos acompaña y alegra durante cuatrocientos metros de trayecto.
Ascensión al Gayubar: atalaya sobre el río Arlanza
Al poco de abandonar este privilegiado sector, el camino se aleja un poco del río y asciende para mostrarnos enseguida, a la derecha, una pequeña ladera cubierta de numeroso tomillo salsero (Thymus zygis), bastantes ejemplares de salvia (Salvia lavandulifolia) y una pequeña mata de gayuba (Arctostaphylos uva-ursi).
Andamos unos metros más y encontramos a nuestra derecha, en un claro entre encinas y sabinas, un campo de gamones (Asphodelus albus) y, en mayo, algún ejemplar de orquídeas (más del género Orchis que del Ophrys). Si proseguimos ciento cincuenta metros más, entre encinas y pequeñas matas de gayuba y aulagas, llegaremos a uno de los miradores más bellos del recorrido. Llevamos andado algo menos de un kilómetro (850 metros, según me indica una aplicación de mi móvil).
Hermosa panorámica
Desde esta atalaya rocosa (921 metros de altitud) contemplaremos al frente, al noroeste, las ruinas de la ermita de San Pelayo o de San Pedro el Viejo (fachada meridional), encaramadas en la cumbre de un promontorio rocoso, que deja ver la gruta de los ermitaños de la leyenda: Pelayo, Silvano y Arsenio. Antes poblada por nuestros antepasados del paleolítico, como así lo atestiguan los vestigios encontrados (raederas, bifaces y cuchillos de sílex).

Ascensión al Gayubar: atalaya sobre el Arlanza
Éste es un lugar ideal para ver la erosión ejercida por el río en la orilla cóncava, esto es, en la derecha de su curso. Mientras que en la convexa, o sea en la izquierda, en la que estamos nosotros, deposita materiales, formando bancos de arenas, gravas y cantos rodados. De esta suerte, podremos explicarnos la formación de un sólido escarpe en el que se encuentra la ermita de San Pelayo (por la erosión) y de una especie de playa (por la colmatación de materiales).
Si seguimos girando nuestro cuerpo, observaremos a nuestra derecha, al este, la ladera montañosa cubierta de sabinas. En tanto que a nuestra izquierda, al oeste, apreciaremos cómo el río constituye un meandro, adornado por un bosque de ribera, formado por numerosos alisos, bastantes fresnos y sauces y algunos chopos.
A nuestra espalda, al suroeste, veremos en lontananza el escarpe abrupto y prolongado de conglomerados, en el que veremos salir y aterrizar a bastantes ejemplares de buitres leonados. Aquí no es nada inusual oír la ladra del corzo (Capreolus capreolus) en los momentos previos al crepúsculo, especialmente en la época de celo, o sea, en julio y agosto.
Este es uno de los parajes donde más disfruto, pues todos mis sentidos, incluido el común, me abastecen de agradables y fructíferas sensaciones. Creo que mi nivel de salud y mi calidad de vida se acrecientan notablemente. En ocasiones, tras contemplar la panorámica, cierro los ojos, pongo los brazos en cruz y me dejo llevar por el murmullo del agua, el soplo del viento y por el goce del instante. Por ello, intento contagiar estas sensaciones a mis amigos y seres más queridos, a los que invito a venir aquí. ¡Cómo no!
Descenso a la orilla izquierda del Arlanza
Bueno, ya es hora de descender a la playa. Lo que conseguiremos si vamos frenando nuestra marcha, durante ciento veinte metros de vereda, a fin de no caernos.

Orilla izquierda del Arlanza: el río deposita materiales, formando bancos de arenas, gravas y cantos rodados
Ya abajo, llanearemos por un suelo de cantos rodados, bordeando un bosque mixto de sabinas y encinas, a nuestra derecha. Durante el tramo relativamente corto (trescientos veinte metros) de depósito de materiales, me llama la atención la fertilidad del suelo, a pesar de su carácter pedregoso. Así, veo entre otras muchas plantas, numerosas matas de espliego (Lavandula latifolia), mejorana o tomillo blanco (Thymus mastichina), cardo corredor (Eryngium campestre) y el gran dominador de este sector: el abrótano, más macho (Artemisia abrotanum) que hembra o santolina (Santolina chamaecyparissus y Santolina romarinfolia), cuyo aroma recuerda mucho al de la manzanilla.

Vista de la ermita de San Pelayo en su promontorio rocos, desde la orilla izquierda del Arlanza
También es gratificante la contemplación de las ruinas de San Pedro el Viejo, sobre su imponente promontorio pétreo. Que acabaremos por rebasar, a nuestra izquierda, para enseguida superar una cuestecita de una veintena de metros, que nos permitirá adentrarnos en una zona de rico pastizal, desde donde rápidamente se divisa un centenario nogal, con un grueso tronco inclinado, cubierto de musgo (orientado al norte), rodeado de jóvenes sabinas, del que surgen cuatro poderosas ramas.

Antigua pesquera de los monjes del monasterio de San Pedro de Arlanza
Si avanzamos unos pocos metros más, observaremos, a nuestra izquierda, las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza, con su señorial e inhiesto pinsapo y, más próximo a nosotros, la antigua pesquera, donde los monjes benedictinos hacían acopio de truchas y barbos del Arlanza.
Ascensión al Gayubar: contemplación del cañón del Arlanza desde una segunda atalaya sobre el río
Tras ver estas ruinas con profunda nostalgia y evocación del arte y de la cultura perdidos, nos adentraremos en un encinar frondoso y un tanto cerrado, pero con una estrecha vereda bien marcada. Por la que ascenderemos durante algo menos de doscientos metros, para, luego, continuar por un tramo corto, rodeados de sabinas, que nos permitirá llegar a una segunda atalaya (931 metros de altitud) sobre el río.

Ascensión al Gayubar: mirador del cañón del Arlanza y Sierra del Gayubar al fondo
Estamos en una pared vertical desde donde divisamos abajo, mirando al norte, a bastantes decenas de metros de nosotros, un remanso del cauce fluvial, donde se aprecian altos chopos, en uno de los cuales nidificó un águila calzada durante varios años. Llevamos caminando un poco más de un kilómetro y medio (1650 metros) y éste puede ser un buen momento para gozar, de nuevo, con una excelente panorámica.
En invierno es factible disfrutar con el elegante vuelo de la garza real (Ardea cinerea), con su cuello flexionado, así como con el impetuoso vuelo del cormorán grande (Phalacrocorax carbo). Durante la primavera es posible escuchar el silbido aflautado (“tiri-oliuuu”) del macho de oropéndola (Oriolus oriolus), con sus negras alas y su cuerpo de intenso gualdo, ofreciendo un hermoso contraste cromático.
Si alzamos la vista al este veremos, en lontananza, el prolongado cortado rocoso de Peñaísa, por el que pretendemos ascender. Desde aquí podremos obtener unas fotos del cañón del Arlanza, entre la sierra de las Mamblas y la Sierra del Gayubar, de gran profundidad y de notable belleza.
Pasando por una roca buitrera en la ascensión al Gayubar: Alfonso y Manolo
Tras la sesión fotográfica, volveremos al sendero para descender, en un tramo corto y abrupto, hasta la orilla fluvial. Casi inmediatamente nos topamos, a nuestra diestra, con una roca de grandes dimensiones que prácticamente rozamos al pasar.
En este momento no puedo por menos que acordarme de mi entrañable amigo Alfonso, con el que, durante los últimos veinticinco años, he efectuado muchas veces esta ruta. Así, cuando camina unos pasos por detrás acompañado de más gente suelo escucharle decir: “Ya veréis, seguro que ahora Félix nos invita a saludar a Manolo”. ¿Quién es ese?”, preguntan los compañeros de turno. “¡Ah, es una sorpresa!”, exclama con sorna mi sagaz amigo.
Sin tardanza, un servidor hace la esperada invitación y, luego, tras pasar por debajo de la gran roca les solicito que alcen la vista para presentarles a Manolo: un buitre leonado que nos mira desde su plataforma rocosa. Como la distancia es relativamente corta podemos apreciar muy bien al anfitrión, que nos suele brindar su atención, saludándonos con una flexión del cuello, un cierto batir de alas e incluso algún graznido.

Buitre leonado en un roquedo junto al río Arlanza
Es tan frecuente la utilización de la citada plataforma rocosa por parejas de buitres para incubar (unos 58 días) y criar a su único polluelo, que rara es la vez que no lo veamos con o sin sus progenitores. Aunque suele emprender su primer vuelo hacia el mes de julio, es común que se mantenga una temporada cerca del nido hasta que considera que ha llegado el momento de emanciparse.
Aprovecho este momento para rogar a quienquiera que se aventure por esta ruta, que muestre un profundo respeto por los seres vivos con los que se tropiece, pues contribuyen a enriquecer tanto la salud de este ecosistema como la de los afortunados que lo visitamos.
Caminando entre sabinas en pos del arroyo de la Estacada: ascensión al Gayubar
Tras descender por tercera vez a la orilla izquierda del río y rebasar la mole rocosa, donde cría una pareja de buitres leonados, senderearemos entre el río Arlanza, a nuestra izquierda, y los más próximos roquedos de una crestería caliza, a nuestra derecha, contemplando notables y longevas sabinas, algunas milenarias, de hasta veinte metros de altura.
Cuando llevamos recorrido un poco más de medio kilómetro (570 m) por este majestuoso sabinar, el camino se bifurca. Avanzaremos por el de la derecha. Así, en un plis-plas, veremos un cartel de la Junta de Castilla y León, arrancado y caído sobre una roca, a nuestra izquierda, cuyas letras desgastadas y poco visibles nos ofrecen una doble información: la primera, que respetemos a las aves; la segunda, que está prohibido acampar.
Después de una centena de metros nos topamos con el arroyo de la Estacada, que pronto se estrecha tanto como para saltarlo cuando lleva algo de agua en primavera. En verano suele estar seco, por lo que pasaremos sin problemas. Tras vadearlo y, luego, recorrer setenta metros más, el estrecho sendero vuelve a bifurcarse. Nosotros volveremos a ir por el de la derecha, el cual nos conducirá hasta una ladera de pendiente muy pronunciada, aunque corta (110metros).
Ascensión al Gayubar: ejercicio vigoroso en el medio kilómetro de ascenso por la ladera septentrional
Después de remontarla con esfuerzo observaremos con nitidez el cortado rocoso de Peñaísa. Ahora nos queda el tramo más duro de esta ruta: ascender el medio kilómetro (470 m) de intensa pendiente, que nos permitirá encumbrar esta parte del sinclinal colgado. Ahora comienza la auténtica ascensión al Gayubar.

Panorámica al inicio de la ascensión al Gayubar
La dureza de la subida es tanto menor cuanto mayor sea nuestra forma física, esto es, nuestra resistencia cardiorrespiratoria. Sí, porque si la mimamos, practicando ejercicio físico regularmente, podremos gozar con la espectacular panorámica del cañón del Arlanza, que se nos ofrece a nuestra izquierda, al este, cuya belleza aumenta según ascendemos. En caso contrario, es muy posible que la fatiga nos embote los sentidos y sólo veamos guijarros, la huella de nuestros pasos y una pendiente inalcanzable. En tal caso, paciencia y persistencia en el empeño, parándonos las veces que haga falta, pues la recompensa final bien merece la pena.

Tramo final de la ascensión al Gayubar
Ya muy cerca de la cumbre, pasamos junto a una gran sabina, que lame el camino, continuamos unos pocos metros más para situarnos sobre un rico estrato herbáceo en el que surgen especies de orquídeas del género Ophris. En mayo del 2015, cuando subía con mi amigo José Mari, tuve la ocasión de contemplarlas. Paramos aquí, contemplamos la panorámica, pero no encumbramos, con objeto de no molestar más a los numerosos buitres leonados, cuyas crías no salen del nido hasta julio. Por lo tanto, regresamos, volviendo a disfrutar de las vistas durante el descenso.
Si decidimos encumbrar (no de diciembre a julio) habrá que girar primero a la derecha y, luego, a la izquierda para así pasar por un estrecho pasillo, entre dos retoños de sabina, que nos dejará en el alto de Los Alares.
Excursionistas solidarios en la sierra del Gayubar
En este momento quiero reconocer que la denominación de este sector del monte-sierra del Gayubar la vi, por primera vez, en el Mapa Topográfico Nacional de España 277-III, perteneciente al Instituto Geográfico Nacional (Ministerio de Fomento), al que también se puede acceder por internet: programa IBERPIX2. Antes desconocía su verdadero nombre, simplemente decía que subía al Gayubar.
Al llegar a este punto, quiero agradecer a los montañeros y excursionistas que se han preocupado por señalar el trayecto correcto, mediante la colocación de hileras de piedras indicativas, sobre todo, en los tramos más comprometidos, como en la ascensión por las dos laderas citadas y en el trecho inmediatamente previo a la primera. Al menos, en la excursión que efectué en agosto del 2015 eran claramente apreciables. Este esfuerzo por ayudar a la gente, a fin de no desorientarse, es digno de encomio. Me parecen conductas muy plausibles y notablemente solidarias.
A la sombra de una sabina milenaria en la cumbre del Gayubar
Desde el arroyo de la Estacada hasta aquí hemos ganado una altura de 112 metros, pues en los pastizales de este arroyuelo he medido una altura de 918 metros y en esta plana cima de Los Alares la altitud que me marca el altímetro es de 1030 metros.
Nada más llegar a la cumbre el sendero discurre paralelo a una tapia, a nuestra derecha. Sin embargo, me complace más transitar paralelo al precipicio, a la izquierda, pisando un suelo constituido por rocas calizas que dejan pequeñas oquedades entre sus paredes, donde crece cierta vegetación (lapiaz).

Sabina milenaria en la cumbre del Gayubar (Los Alares)
De esta guisa camino durante doscientos sesenta metros para llegar a una sabina milenaria, con el tronco inclinado al norte, hacia el cortado rocoso. Me siento junto a ella, protegido por su sombra y, desde hace tres décadas, me recreo con mi suerte, por seguir ascendiendo año tras año a esta familiar atalaya.
Ascenso al Gayubar: incremento de nuestra salud en su triple dimensión: física, mental y social
El entorno de esta sabina es otro de los hitos de este recorrido, donde siento incrementar mi nivel de salud en su triple dimensión. Somática, por los efectos cardiosaludables y antitumorales de la actividad física aeróbica. Mental, porque la cantidad de endorfinas producidas tanto durante el ejercicio físico como con la contemplación de la bellísima panorámica tienen, sin duda, un relevante efecto antidepresivo y neuroprotector. Y social, porque con cierta frecuencia suelo ascender acompañado de amigos y compañeros con los que mantengo amables y enriquecedoras conversaciones. Tanto es así que ya hay suficiente información científica que revela cómo el grado de comunicación social ejerce un cierto efecto preventivo frente, al menos, dos procesos: depresión mental y cardiopatía isquémica (infarto y angina).
Aún recuerdo los felices momentos vividos en una de las excursiones que efectué con mis grandes amigos, José Ángel, Alfonso y su encantadora hija, Isabel, geóloga en ciernes, entonces; flamante geóloga, ahora. Confraternizamos mientras, sentados a la sombra de esta señorial sabina, degustábamos unas viandas propias de nuestra Dieta Mediterránea y una infusión de café de especialidad, Etiopía Yirga Cheffe. La singular panorámica, la relajante conversación, el planeo de los buitres y las lecciones de geología de Isabel, echaron el resto.
Ascensión al Gayubar: panorámica desde vertiente norte de la cumbre
Bueno, ya es momento de describir los elementos y parajes que se divisan desde esta ubicación, que convierten a este mirador, según mi criterio, en una fuente de salud. Tanto sentados, a la sombra de la sabina mencionada, como de pie, al borde del cortado rocoso, gozaremos con una bellísima panorámica. Veámosla, pues.

Ascensión al Gayubar: panorámica desde la cumbre (los Alares): mirando al este
De frente, al norte, el cañón del río Arlanza, cuyas aguas fluyen de este a oeste, y que en otoño se tiñe de ocres por el bosque galería de sauces, alisos y los chopos de repoblación vecinos al río, mientras que en invierno adquiere los tonos rojizos de los amentos masculinos de los alisos. También al norte, enfrente nuestro, veremos las pequeñas cumbres de la sierra de las Mamblas, con el cercano risco Estillín.

Cañón del Arlanza visto desde la cumbre del Gayuba
Al este, en lontananza se observa la silueta sinuosa de las cumbres de la Demanda, donde destaca el Mencilla. Al oeste, la evocadora visión de las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza y de la ermita de San Pelayo.

Mirando al oeste: San Pedro de Arlanza y San Pelayo, en lontananza
A nuestra espalda, al sur, se extiende el sabinar durante un cuarto de kilómetro hasta llegar a la vertiente meridional de este sector del Gayubar.
Majestuoso vuelo a vela del buitre leonado
También desde esta atalaya podremos apreciar bien el sublime vuelo a vela del buitre leonado (Gyps fulvus), cuya destreza para aprovechar las corrientes ascendentes de aire caliente, lo convierten en el emperador de las térmicas. Además, su habilidad para el planeo también se debe a su sorprendente capacidad para valerse de las corrientes de aire convergente y de ladera.

Ascensión al Gayubar: buitres leonados planeando sobre el cañón del Arlanza
En este momento me parece justo recordar a mi buen amigo Roberto, practicante de vuelo sin motor o vuelo a vela, pues fue el que verdaderamente me explicó los fundamentos de la prodigiosa técnica de planeo del buitre leonado. Estábamos aquí, al borde del precipicio, hace más de dos décadas, contemplando absortos el planeo de estas aves. Él, emocionado con lo que veía, entendía y fácilmente transmitía. Yo, ojo avizor, intentando comprender su docencia cuasi práctica, que, además, me sirvió de acicate para que recabara más información sobre el tema. Gracias a él puedo gozar más de lo convencional con la contemplación del elegante vuelo de estas beneficiosas carroñeras.
Bueno, prosigamos con la ruta. Usualmente, tras acceder hasta este punto estratégico y disfrutar de sus bondades, procedo a regresar al punto de partida, utilizando el mismo trayecto. Sin embargo, en ocasiones, fuera de la época crítica de crianza de los buitres (de diciembre a julio), prosigo hacia al este, paralelo al cortado rocoso, sin molestar a la rica avifauna, con el propósito de gozar con su contemplación y observación.
Panorámica desde la vertiente sur del Gayubar
Otras veces, en cambio, camino hacia el sur, a fin de disfrutar con la visión de longevas sabinas, de excepcional porte, así como del correspondiente estrato arbustivo en el que sobresale el omnipresente espliego, cuya floración óptima la alcanza en esta agreste cumbre durante el mes de septiembre. De esta suerte logro llegar al otro extremo, el meridional, situándome sobre una pequeña plataforma, junto al cortado rocoso de este sector, en donde crecen diversas especies de siempreviva sobre el calizo piso, con el objeto de disfrutar con sus excelentes vistas.

Sector meridional del Gayubar
Así, al sur, enfrente nuestro, tenemos el arroyo de la Estacada y, más arriba, en lontananza, el mar de sabinares de Contreras y de Retuerta. A nuestra izquierda, al sureste, contemplaremos el pueblo de Contreras, con abundantes choperas de producción y, más a distancia, las moles de la Peña Carazo y del alto de San Carlos.
A nuestra derecha, al oeste, veremos el inicio del desfiladero del arroyo de la Estacada o también llamado de El Cordillón. Finalmente, en el propio monte Gayubar, si miramos a nuestra izquierda veremos, a corta distancia, las oquedades y plataformas utilizadas por la avifauna. A más distancia, observaremos las Tenadas de Valdelacasa, con su ocre tejado. Además, en este mismo punto y paraje, suele ser muy común oír la reiterada y bulliciosa ladra del corzo, acentuada durante el celo.
Si manejamos el programa IBERPIX2 podremos comprobar que esta Sierra del Gayubar dispone de una serie de altos o pequeñas cumbres, como el Alto de la Encinilla (1143 m.), el Guijarrón (1200 m.), que está junto al Espolón de Cascajares, Cabra (1255 m.), Cerro Contrera (1028 m.), Cabeza la Fuente (1148 m.), y el más alto, La Peñota o Gayubar (1312 metros), casi enfrente de Barbadillo del Mercado. Son las caprichosas formas que adopta este sinclinal colgado, netamente visibles cuando nos aproximamos desde Castrillo de la Reina hasta Salas de los Infantes.
Patrimonio de la Tierra de Lara: artículos relacionados
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Joyas patrimoniales de la Tierra de Lara: Segunda parte
Ermita visigótica de Quintanilla de las Viñas
Dehesa boyal de Mambrillas de Lara: segunda parte
Camino de San Olav: de Mambrillas de Lara a las tenadas del Cerro
Camino de San Olav: desde las tenadas del Cerro hasta la ermita de San Olav
Ermita de San Pelayo: valle medio del Arlanza
Conclusiones
La ascensión al Gayubar, a la Sierra del Gayubar, nos adentra en el espectacular cañón del Arlanza y al Parque Natural de los Sabinares del Arlanza-La Yecla. Probablemente los bosques de sabinas más extensos y mejor conservados del planeta. Ruta que nos permite contemplar una variada avifauna, la propia de una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), en la que el buitre leonado se enseñorea de los cielos, con su elegante planeo, aprovechando las térmicas.
Además, aún pueden verse las ruinas de dos notables cenobios benedictinos, el monasterio de San Pedro de Arlanza y la ermita de San Pedro el Viejo o de San Pelayo. Emblemas castellanos que es preciso consolidar, rehabilitar y restaurar. Mucho más de lo que se ha hecho hasta ahora. No olvidemos que perder patrimonio cultural, artístico y natural, es perder parte de nuestras raíces y de nuestra identidad. Por ello, resulta crucial la labor del asociacionismo y micromecenazgo. Labor llevada a efecto fructíferamente por la Asociación para el Desarrollo de Tierra de Lara, así como por la Asociación Amigos de Villamorón, la Asociación cultural Puentipiedra de Villegas, la Asociación de Amigos de San Pantaleón de Losa y la Asociación Cultural Manapites.
Merced a su ímprobo trabajo podemos contemplar singulares obras de arte: iglesia de Santiago Apóstol de Villamorón, Arco Conjuradero e Iglesia de Santa Eugenia de Villegas, ermita de San Pantaleón de Losa e iglesia de San Lorenzo Mártir de Fuenteodra.
En fin, estoy absolutamente convencido de que la contemplación y uso respetuoso de nuestro patrimonio cultural contribuye a incrementar nuestro nivel de salud en su triple dimensión: física, mental y social.
Dr. Félix Martín Santos
Félix sabes mucho y explicas muy bien todo lo que expones. Es un artículo muy interesante, muy bien estructurado y aporta un conocimiento muy completo de la zona: su riqueza biológica, diversidad de aves, la ladra del corzo, sus plantas medicinales, sabinas milenarias, sus ermitas y un largo etc,pero sobre todo has logrado transmitirnos de una manera especial las sensaciones agradables, placenteras y beneficiosas que todo ello aporta y que tú has podido percibir al contemplar su paisaje, al aspirar sus aromas o al respirar su aire puro . Nunca te daremos suficientemente las gracias por todo lo que recibimos de ti.
Muchísimas gracias, Inmaculada, por tu generosa valoración.
Un fuerte abrazo